Santiago Ydáñez, el perverso polimorfo.

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La obra de Santiago Ydáñez (Jaén -1969-) se apoya en la imagen pasada para representar el momento actual más allá de la mera constatación, como testimonio de una disponibilidad afectiva, favoreciendo el acceso a otro estado de sensibilidad que conlleva una apertura de conciencia. Y lo hace en un marco de expresión dirigido a un público que experimenta el mundo evitando un contacto directo con él, que sobrevive ante un banal rigor de información periódica y una sensación de superabundancia y anestesia provocada por unos medios que reducen al individuo a una suerte de capidisminuido narcotizado. La figuración de Santiago Ydáñez se presenta como una vuelta al plano bidimensional donde el trazo interviene imágenes para plegarlas sobre sus propias condiciones de posibilidad. Hace uso de una pincelada gruesa, gestual, intransitiva, ejecutada como proceso de reducción frente a lo accidental. Un intento de mostrar el formato pictórico como campo de purificación de una imagen reducida a la banalidad y la inconsistencia argumentativa.

Figuras religiosas, retratos propios de la fotografía casera, de la periodicidad de los diarios,  animales enfurecidos, gimnastas, mujeres masturbándose, bustos académicos, todo tiene cabida en el catálogo imaginativo de este artista. Todos ellos pictorizados, presentados con el expansivo “sin título”, sus significantes manipulados para trazar un tránsito haciendo evidente la consecuencia de una acción humana. Sus pinturas son ejercicios de apropiación y transformación que invitan a la reinterpretación de un orden existente ante el que se sitúa sin demasiado entusiasmo. Un atlas visual de contenido diverso desde el cual capta fuerzas sin conformarse con la mera reproducción de formas. Su muestrario conjuga dinámicas invisibles sobre unos cuerpos excluidos de cualquier intimidad posible. Masas gravitando sobre los caracteres propios de la condición humana. Un cierto aire de ausencia marca sus composiciones, un aire de distanciamiento que invita al espectador a adentrarse en una especie de vacío ambulante inherente a una cultura como la nuestra, carente de afectos. Cuerpos abandonados, sometidos a la densidad de sus propios pesos, masas contenidas en el tiempo invitan a contemplar la muerte más como proceso que como acontecimiento.

Ydáñez trabaja sobre el cuerpo y su relación con el espacio. Desde sus grandes piezas de más de cinco metros hasta sus pequeñas telas que intervienen pitilleras, estuches de daguerrotipos o guardas de libros de pequeño formato. El cuerpo emerge como sello, es decir, como objeto. Mecanismo a través del cual la figura humana vuelve a entrar en la pintura. Siguiendo a Lacan entendemos que «un objeto es siempre una reconquista, solo recuperando el espacio anteriormente deshabitado el ser humano puede alcanzar lo que impropiamente llama su totalidad». La experiencia del cuerpo atraviesa un espacio nervioso donde la apariencia es el accidente, la marca inevitable de la crudeza, del dolor.

Su pintura accede a una concentración de intensidad en el campo representacional que hace de la composición pictórica un campo de experimentación inmediata. Altar de liturgias que no conocemos, sus representaciones, no importa el formato, muestran un tiempo condensado donde lo peor ya parece haber pasado. Si bien muestran un deseo, lo muestran de algo diferente a lo que se manifiesta en su superficie. Una suspensión de la cadena significante donde lo rememorado invita a la movilización. Donde los sujetos, construidos como superficies emplastadas, sintetizan la pasión como verdadera prosodia de la inteligencia.

La memoria y el deseo luchan hasta conseguir la imagen realizada, la obra buscada deja de ser superficie para ser, una vez más, símbolo. Para Barthes describir es remitir de un código a otro y no de un lenguaje a un referente. Por ello el realismo no consiste en copiar lo real sino en copiar una copia. Una suerte de mímesis secundaria donde se copia lo que ya está copiado. Los lenguajes dependen de otros lenguajes, deben ser entendidos como necesariamente reactivos. Y, sin embargo, es difícil leer una de sus obras por cuanto parecen creadas para ser visualizadas. Aunque sería conveniente decir que la obra de Ydáñez nos abre la posibilidad de conjugar ambas acciones.

PEPE ÁLVAREZ

 

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