Jorge Hernández. RelationShips.

 

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Jorge Hernández. Deseo (2015) Acrílico y resinas sobre tabla. 30x60cm
RelationShips
Galería My name´s Lolita. Almadén, 12, Madrid.
Hasta el 9 de Enero.

La trayectoria artística de Jorge Hernández se consolida en el escenario del arte contemporáneo nacional. Buena muestra de ello es esta exposición individual en my name’s Lolita. Una galería que en sus más de veinticinco años de historia ha desarrollado una política volcada en los nuevos lenguajes que se manifiestan en los circuitos internacionales, promocionando y representando artistas emergentes de todo el mundo.

La gran parte de la producción de Hernández puede interpretarse desde conceptos asociados a los procesos de legitimación del modo de vida occidental, al que se le añaden pequeñas trampas en las fracturas que presentan sus ficciones. Haciendo uso de lenguajes propios del cine comercial y la revista ilustrada, Jorge construye un juego de metáforas cuyo fin último es desvelar lo que de oscuro y perverso se esconde tras la máscara del pensamiento neocolonialista industrial, heredero del razonamiento técnico ilustrado, cuya doxa gravita alrededor del hombre blanco, heterosexual y propietario como centro a partir del cual se consolida la civilización.

En sus rincones, a través de la visión cargada de imaginación, ironía y crítica encubierta propia del artista, se muestran los errores ontológicos de tal configuración. En esta exposición Hernández muestra a partir de los pequeños y nimios detalles de las relaciones con lo cotidiano la miseria de las utopías del capitalismo tardío y las fisuras de un mundo incapaz de mostrase ajeno a su propia decadencia.

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PEPE ÁLVAREZ

Garrido Barroso. El diálogo en suspensión.

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Francisco Garrido Barroso. Anatomías(2015). Impresión digital sobre papel traspasada a muro. Medidas variables. Foto: Luis Martínez Conde.

A primera vista el hecho de intervenir una ciudad con propuestas que priman un registro bidimensional no parece algo original en un escenario donde el arte urbano y el grafiti han traspasado todas las barreras propias del arte clásico tradicional, desde su introducción en el statu quo del mercado del arte hasta su museificación como último paso de un proceso de catalogación y neutralización. Sin embargo reducir la relación con una obra, sea del tipo que sea, a un primer contacto lleno de prejuicios es una visión propia de las modas, los ismos fulgurantes que devienen fácilmente en acontecimientos vacíos de contenido, cuya capacidad de significación termina anclada a la emergencia perceptiva que la actualidad del titular escupe sobre un espectador adormilado y olvidadizo incapaz de asimilar ni tan siquiera una parte del bombardeo informativo del que diariamente es víctima. Por ello es necesario, ahora más que nunca, armarse de un ojo atento para distinguir aquello que es arrastrado por la corriente, pastiche de arte que no es sino tendencia, de la producción que nace con la clara propiedad de quedarse para no irse nunca y cuyo fin es la transformación profunda de todo lo que toca.

Garrido Barroso pega sus ilustraciones impresas por un procedimiento similar al de la cartelería comercial, sus figuras son dispuestas estratégicamente para interactuar con lo corpóreo de la masa edificada, la fachada,  arquitrabes, vanos, zócalos y poyetes de puertas y ventanas de edificios deshabitados que como residuos urbanísticos, olvidados y apartados, duermen en el recuerdo de una ciudad en continua transformación. Fantasmas de otro tiempo ignorados por la atención siempre perdida del caminante urbano. Productos anónimos ajenos a toda función, en sus fachadas la naturaleza retorna como catástrofe.

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Francisco Garrido Barroso. Semillas (2015). Impresión digital sobre papel traspasada a muro, alambre, terciopelo rojo. Medidas variables. Foto: Luis Martinez Conde.

Proveniente del aéreo mundo del cómic y la ilustración la obra de Garrido Barroso rezuma un lirismo de corte íntimo, cargado de una intensidad de lenta combustión, portadora de una metáfora inteligente, llena de sutilezas que impone el sello maduro de un estilo lentamente desarrollado. La intervención con sus dibujos de edificios arrinconados que asumen la condición de víctimas en un ámbito tan agresivo como el que ofrece la ciudad contemporánea, permite la disolución de estas construcciones como fósiles para hacerlos avanzar hacia una dimensión de significados que tensan arcaísmo y modernidad.

En un proceso que concentra dibujo, edición digital, impresión y pegado desde un principio dirigido a potenciar un espacio determinado, transforma estos edificios abandonados a la vista del transeúnte en laboratorios de lo posible, generando un diálogo con este que va más allá de obligarle a girar la cabeza. Una fragmentación que resulta en una construcción sintética planteando interrogaciones sobre el espacio y la habitabilidad del medio urbano. Añadiendo un componente de otredad a unos edificios que se muestran ahora cargados de un simbolismo capaz de saturar la ciudad en un planteamiento de protesta silenciosa cuya solidez se apoya en la propia fisicidad de las construcciones intervenidas.

Lo más interesante y original de la obra de Garrido Barroso radica en su capacidad de no limitar la composición a la bidimensionalidad de sus dibujos sino establecer un juego interactivo entre los soportes espaciales. Consigue con ello reprogramar una construcción arquitectónica y urbanística como elemento constitutivo de sentido. A través del uso de la cita se accede a un lenguaje de extrañezas, manifestantes de un mensaje que se desborda en sí mismo, cuyas aristas significativas crecen en una progresión directamente proporcional a la intención desveladora de una audiencia activa. Una audiencia que por un momento, y sin pedirlo, ve cómo sus códigos son suspendidos ante la invocación de significaciones ocultas pero a la vez familiares, que siempre estuvieron allí, ocultas, dormidas, olvidadas pero latentes.

PEPE ÁLVAREZ.

 

 

 

Eveline Rodríguez. La pintura es sueño y los sueños…

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«Off the wall»
Escuela de Artes y Oficios
Catedral 4, Guadix
Hasta el 8 de Abril

La emblemática escuela de Artes y Oficios de Guadix acoge parte de la producción artística de Eveline Rodríguez Cuesta.

En su itinerante recorrido, «off the wall», Eveline refleja la intención objetiva de aceptar nuestras limitaciones como características propias que nos definen, en lugar de combatirlas como elementos ajenos que desequilibran y desestructuran el funcionamiento, mecánicamente correcto, de nuestro organismo. Un tributo al vivir con el síntoma como generador de respuestas que dota a su obra de una sinceridad y elocuencia formidables.

Pequeñas composiciones cargadas de antropomorfos animales, o más bien de humanos animalizados, sintetizan de un golpe visual pequeñas fábulas, donde las luces y sombras propias del ser humano son expresadas  entre rasgos angelicales, sublimes, distantes a partir de la introducción de rasgos de alienación, de diferencia, de lejanía, de terror. Algo de sueño perturbador pulula por la obra de Eveline, una píldora de placer estético donde la bestia habita y cualquier sombra de inocencia se dispersa. Su obra es fruto de un ojo hambriento, curioso y extremadamente sensible. Instrumento ágil para canalizar el rico mundo interior fruto de la conciliación con un síntoma que ya no es tratado como trastorno somático. Sin cosificar el mensaje demuestra entender que una creación artística gana como manifestación de un anhelo más que como mera narración de hechos.

La escala íntima, la fragilidad de sus soportes, sus colores aniñados ataviados con una atractiva inmediatez, la composición cargada de una naturalidad vaporosa y su apariencia decorativa pueden llegar a suscitar críticas de aquellos que aún duermen en la creencia de La Gran Pintura mayusculizada. Heredera de la Alta Cultura que descansa sus portentos a un pasito de las Uñas de los Pies de Dios. Demasiadas mayúsculas afean las proposiciones, todo el mundo lo sabe, y el «noli me tangere» de la Gran Pintura tiende a sucumbir ahogada por el peso de su propia sombra y la arterioesclerosis provocada por una sangre tan espesa como un baño de arcilla.

La obra de Eveline huye de esto, del gran formato, del material inalterable al tiempo, sabe que algo dicho en voz alta y con solemnidad puede echar a perder el mensaje y que un susurro es más útil para comunicarse en un escenario de empacho visual y saturación informativa. Y precisamente de  susurros como pequeñas palabras masticadas a media voz son de los que se sirve Eveline en sus pequeñas acuarelas como vehículos a un tipo de argumentación que, lejos de la inocencia que la suavidad de sus trazos y lo aterciopelado de su cromatismo parecen señalar, resulta ácida, crítica y contestataria.

Un enfoque por el cual la obra de Eveline no debe ser subestimada en tanto contribuye a democratizar el arte contemporáneo derribando las barreras ficticias entre alta y baja cultura. Entendiendo, con Wilde, que si bien el arte no puede pretender ser popular sino que es el público quien debe esforzarse en ser artístico, el trabajo del artista recae en facilitar este esfuerzo con una estrategia mucho más efectiva que la de los que no logran asimilar aquello de Max Jacob: que el arte es una gran mentira, pero el buen artista nunca es un mentiroso.

PEPE ÁLVAREZ.

Santiago Ydáñez, el perverso polimorfo.

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La obra de Santiago Ydáñez (Jaén -1969-) se apoya en la imagen pasada para representar el momento actual más allá de la mera constatación, como testimonio de una disponibilidad afectiva, favoreciendo el acceso a otro estado de sensibilidad que conlleva una apertura de conciencia. Y lo hace en un marco de expresión dirigido a un público que experimenta el mundo evitando un contacto directo con él, que sobrevive ante un banal rigor de información periódica y una sensación de superabundancia y anestesia provocada por unos medios que reducen al individuo a una suerte de capidisminuido narcotizado. La figuración de Santiago Ydáñez se presenta como una vuelta al plano bidimensional donde el trazo interviene imágenes para plegarlas sobre sus propias condiciones de posibilidad. Hace uso de una pincelada gruesa, gestual, intransitiva, ejecutada como proceso de reducción frente a lo accidental. Un intento de mostrar el formato pictórico como campo de purificación de una imagen reducida a la banalidad y la inconsistencia argumentativa.

Figuras religiosas, retratos propios de la fotografía casera, de la periodicidad de los diarios,  animales enfurecidos, gimnastas, mujeres masturbándose, bustos académicos, todo tiene cabida en el catálogo imaginativo de este artista. Todos ellos pictorizados, presentados con el expansivo “sin título”, sus significantes manipulados para trazar un tránsito haciendo evidente la consecuencia de una acción humana. Sus pinturas son ejercicios de apropiación y transformación que invitan a la reinterpretación de un orden existente ante el que se sitúa sin demasiado entusiasmo. Un atlas visual de contenido diverso desde el cual capta fuerzas sin conformarse con la mera reproducción de formas. Su muestrario conjuga dinámicas invisibles sobre unos cuerpos excluidos de cualquier intimidad posible. Masas gravitando sobre los caracteres propios de la condición humana. Un cierto aire de ausencia marca sus composiciones, un aire de distanciamiento que invita al espectador a adentrarse en una especie de vacío ambulante inherente a una cultura como la nuestra, carente de afectos. Cuerpos abandonados, sometidos a la densidad de sus propios pesos, masas contenidas en el tiempo invitan a contemplar la muerte más como proceso que como acontecimiento.

Ydáñez trabaja sobre el cuerpo y su relación con el espacio. Desde sus grandes piezas de más de cinco metros hasta sus pequeñas telas que intervienen pitilleras, estuches de daguerrotipos o guardas de libros de pequeño formato. El cuerpo emerge como sello, es decir, como objeto. Mecanismo a través del cual la figura humana vuelve a entrar en la pintura. Siguiendo a Lacan entendemos que «un objeto es siempre una reconquista, solo recuperando el espacio anteriormente deshabitado el ser humano puede alcanzar lo que impropiamente llama su totalidad». La experiencia del cuerpo atraviesa un espacio nervioso donde la apariencia es el accidente, la marca inevitable de la crudeza, del dolor.

Su pintura accede a una concentración de intensidad en el campo representacional que hace de la composición pictórica un campo de experimentación inmediata. Altar de liturgias que no conocemos, sus representaciones, no importa el formato, muestran un tiempo condensado donde lo peor ya parece haber pasado. Si bien muestran un deseo, lo muestran de algo diferente a lo que se manifiesta en su superficie. Una suspensión de la cadena significante donde lo rememorado invita a la movilización. Donde los sujetos, construidos como superficies emplastadas, sintetizan la pasión como verdadera prosodia de la inteligencia.

La memoria y el deseo luchan hasta conseguir la imagen realizada, la obra buscada deja de ser superficie para ser, una vez más, símbolo. Para Barthes describir es remitir de un código a otro y no de un lenguaje a un referente. Por ello el realismo no consiste en copiar lo real sino en copiar una copia. Una suerte de mímesis secundaria donde se copia lo que ya está copiado. Los lenguajes dependen de otros lenguajes, deben ser entendidos como necesariamente reactivos. Y, sin embargo, es difícil leer una de sus obras por cuanto parecen creadas para ser visualizadas. Aunque sería conveniente decir que la obra de Ydáñez nos abre la posibilidad de conjugar ambas acciones.

PEPE ÁLVAREZ

 

Miguel Ángel Tornero. Pretérito Imperfecto Compuesto. El tiempo indirecto.

Miguel Ángel Tornero. Estático y electrico. impresión lambda sobre dibond_125x155cm_2004
Miguel Ángel Tornero. Estático y electrico.De la serie. Pretérito Imperfecto Compuesto. Impresión lambda sobre dibond.125x155cm.2004.

La autobiografía representa algo menos idílico de lo que cabría esperar en el narcotizado acto de complacencia en una lata existencia. En ella se toma conciencia de la imposibilidad de recomponer un yo que parece llegar al momento de su propio recuerdo maltrecho y malherido. Abandonado de  posibles creencias que proyecten certezas, sin programas, sin mapas ni promesas de salvación. Siempre se tiene la sensación ante un recuerdo representado de haber llegado a destiempo, o demasiado tarde o demasiado temprano. Uno es extraño a sí mismo y se enfrenta a un no-tiempo donde las sucesivas capas de la memoria se superponen a través de órdenes siempre ajenos.

Miguel Ángel Tornero trabaja en esta serie la autobiografía proyectando algunos de los acontecimientos que marcaron su vida. Minúsculos detalles de difícil traducción que flotan en su memoria. En Pretérito Imperfecto compuesto hace uso de la fotografía no como cazadora de momentos concretos de la cruda realidad sometida al tiempo del disparo, sino que manipula el instante fotográfico con el fin de generar escenarios, situaciones cargadas de un grado metafórico que, evitando congelar lo recordado buscan construir un mecanismo de expresión válido para la concentrada intensidad de momentos concretos de su propia experiencia. Con ello, y atendiendo a su diversidad interna, ofrece una multiplicidad de registros a través de unos relatos aparentemente sin coherencia e integración posible que, a pesar de ello, buscan interrelacionarse con el espectador de una manera directa.

La referencia autobiográfica exige en todo momento borrar las fronteras existentes entre lo público, lo privado y lo íntimo, ante lo cual el autor tendrá problemas no tanto para saber quién es sino para lograr reconocerse.  Como al ver los trozos rotos de una vajilla, aun reconociéndola en sus fragmentos resultará imposible leer su forma sin hacer uso de mecanismos de representación. La exigencia de un desdoblamiento ante un espectador exige también terminar hablando de algo distinto a uno mismo creando una mitología individual con el fin de ser presentada como colectiva. Objetivar el ámbito de una intimidad, fabricar el escenario donde poder pensarse en lo colectivo, donde hacerse real a través de lo ficticio. Un escenario en cuyo seno todas las anomalías de la naturaleza que nos son propias se diluyan en su medio, haciéndole desaparecer entre múltiples capas de recuerdos cruzados y yuxtapuestos.

En la construcción de un pasado posible los recuerdos aparecen superpuestos generando una visión muy distinta de los hechos que se intentan recordar pero con los que se comparte una esencia vital. Miguel Ángel Tornero se enfrenta a su propio pasado configurando un mundo a la medida humana con un recital de conjuros repleto de pequeños fragmentos que no distingue fantasías de realidades. Donde lo sensorial se espiritualiza y se vuelve metáfora. Un pasado que se le presenta al espectador como una realidad vedada cuyo intento de revelación genera nuevas directrices interpretativas.

Todo tiempo pasado está muerto, siempre emerge como una presencia extraña y su recuperación es un proceso artificial cuyo resultado puede devenir fácilmente algo monstruoso o, por el contrario, un discurso de magnitudes expresivas ilimitadas. La introspección en nuestra historia más íntima requiere la exploración de un terreno desconocido y la consecuente administración de su conquista. A través de la creación de escenarios posibles que representen sus recuerdos, Tornero facilita la tarea en el espectador que los lea de pensarse a sí como a un ser ajeno a sí.

Estrictamente somos extraños a nuestros propios recuerdos, como muertos que regresan al mundo de los vivos para darse cuenta, como Lázaro, que ya no deberían estar allí, que el tiempo nunca mira atrás. Cadáveres que regresan a un tiempo reducido a pastiche cosificado, a marca o hito referencial. Escenarios del recuerdo como lugares definitivos, clavados en un notiempo. Nolugares de límites absolutos y barreras fronterizas que no permiten desandar lo andado una vez atravesadas. Recordarse a uno mismo es adentrarse en capas de pensamientos ajenas a la realidad y avistadas como en un sueño. Masticar un pasado perdido que se escapa entre los dedos de nuestra propia conciencia. Espectador y autor acaban por reunirse en una tierra que a ninguno pertenece, compartiendo una vida que tampoco es estrictamente de nadie. Pese a los esfuerzos por recordarnos y transmitir esos recuerdos se llega a la conclusión que aquel que nos piensa desde un lugar extraño y renuente a darse a conocer no es otro más que uno mismo.

Pepe Álvarez.

Mas sobre esta serie de Miguel Ángel Tornero en su página.

Atletas

Zhanna Kadyrova. Atletas. C-print. 2003
Zhanna Kadyrova. Atletas. C-print. 2003

El atleta hoy encarna la perfección, aquello que en su afán de superación la civilización se marca como meta. La disciplina, el orden, el continuo entrenamiento para conseguir un fin fuera del alcance para la mayoría de los seres humanos. El récord, la indolente cifra a batir marca el devenir, la trayectoria, la evolución de la especie humana en pruebas que a cada paso se hacen más y más inhumanas. El humano doping, más cercano al ciborg en sus capacidades extrahumanas reducidas a la marca, al número, es el nuevo ángel portador de grandes noticias, semidios que dota de esperanza a sus congéneres industrializados.

Bajo su bandera nacional el héroe plusmarquista asume su condición deportiva como representante de todo un país. La adoración espectacularizada de su público se vuelve territorial y política. En la grada la adoración de los colores nacionales muestran, apenas velada, la violencia hacia el otro. Rostros desencajados por la ira o la alegría según el resultado, gritos enfervorecidos de masas al unísono, aspavientos ritualizados, violencia verbal incontenida. Las figuras políticas representantes del estado y los empresarios más influyentes ocupan las tribunas de honor. Toda una manifestación de violencia jerarquizada ondeando banderas tiene lugar en las grandes citas deportivas. El orden público despliega fuerzas policiales armadas con porras y escudos dando a entender hasta qué punto está dispuesto a permitir las exaltaciones de pasión.

Los estadios son los grandes espacios diseñados para celebrar ceremonias espectaculares de triunfo y para exhibir la copa, la medalla, el galardón arrebatado al contrario como botín de guerra. Se cortan calles y las avenidas principales se decoran con combinaciones básicas de colores cargados de simbolismo. Los héroes saludan a la plebe gris e indeterminada, exhiben sus rostros omnipresentes en grandes vehículos a modo de vitrinas móviles, antes de una merecida fiesta en salas vip alejadas de lo común y de descansar en sus preciosas casas a las cuales sus fanáticos seguidores no tienen acceso posible.

El estado, a través de las distintas federaciones deportivas, garantiza la disponibilidad internacional de sus deportistas en condiciones de igualdad. Para ello se someten a las mujeres deportistas a pruebas de sexo que determinen tener la cantidad de hormonas y la genética propia de su género. En las mismas condiciones de la prueba antidopaje, altos niveles de testosterona en una mujer son considerados anomalías naturales que mejoran el rendimiento cuantitativamente de tal forma que no se pueden garantizar la igualdad de condiciones. Se recomiendan tratamientos hormonales e incluso cirugía para permitir a la deportista volver a la competición con un cuerpo más “feminizado” imposibilitando en todo caso su acceso a ligas masculinas.

El deportista asume su condición de víctima propiciatoria, en él, en su pureza de sangre, de sexo, de condición olímpica, la proyección se ejerce sin mácula. Es sometido a pruebas como si fuera ganado. Y aunque parece ser que el cromosoma xy o una alta concentración de testosterona no sean factores que proporcionen un rendimiento mayor se multiplican los casos de mujeres atletas apartadas de la competición luego de rechazar los tratamientos feminizantes. Un sistema cardiovascular sobredesarrollado, unas piernas más largas de lo normal, unos brazos de gran envergadura, en el hombre, son considerados dones de la naturaleza. En la mujer, sin embargo, estas sobredotaciones deben ser sometidas a pruebas en busca de una masculinización no permitida. En la pureza de la figura del atleta se proyectan las sombras de la representación del ser humano en un mundo donde cada vez es más difícil, por no decir imposible, hallar una imagen humana del hombre.

PEPE ÁLVAREZ